PRIMER SEMESTRE 2024 NÚMERO 37 |
ISSN: 1659-2069 |
Democracia y elecciones en América Latina. Luces y sombras*
Daniel
Zovatto Garetto**
https://doi.org/10.35242/RDE_2024_37_3
Nota del Consejo Editorial
Recepción: 21 de noviembre de 2023.
Revisión, corrección y aprobación: 4 de enero de 2024.
Resumen: Expone los desafíos y
oportunidades que enfrenta la democracia en la actualidad, tanto a nivel global
como latinoamericano, para lo cual realiza un análisis de las tendencias de la
democracia en el actual ciclo electoral latinoamericano y finaliza con la
propuesta de una agenda que afronte el declive democrático promoviendo una
democracia de nueva generación.
Palabras clave: Debilitamiento de la democracia / Calidad de la
democracia / Régimen político / Populismo / Apatía política / Proceso electoral
/ Fortalecimiento de la democracia.
Abstract: The article presents the challenges and opportunities that democracy faces today, both globally and in Latin America, for which it
makes an analysis of the
trends of democracy in the current Latin American electoral cycle and ends with the proposal
of an agenda that confronts democratic decline by promoting a new generation democracy.
Key Words: Weakening of democracy / Quality of democracy / Political regime / Populism / Political apathy / Electoral process / Strengthening of democracy.
Antes de iniciar la disertación, mis
primeras palabras son de sincero agradecimiento hacia la presidenta del
Tribunal Supremo de Elecciones, magistrada Eugenia Zamora; agradecimiento que
hago extensivo a las y los magistradas y magistrados por haberme extendido esta
honrosa invitación.
Hoy, con una amalgama de emociones,
me siento privilegiado de poder brindar, ante tan distinguida audiencia, esta
conferencia magistral que marca mi despedida de IDEA Internacional. Lo hago en
la víspera del Día de la Democracia Costarricense y en el seno de esta
prestigiosa institución, la casa de la democracia costarricense. Fue
precisamente bajo la valiosísima guía del Tribunal Supremo de Elecciones que,
hace más de tres décadas, inicié mi camino profesional –como director de CAPEL
en aquel momento- en el mundo de las elecciones libres y justas. Desde
entonces, las elecciones y la democracia se erigieron como faros que guiaron y
siguen guiando mi vida académica y profesional. Ello me ha permitido tener el
privilegio y la satisfacción de haber sido testigo, de primera línea, de todas
y cada una de las elecciones presidenciales costarricenses desde 1986 a la
fecha.
Pero como sabemos, todo viaje tiene
su fin. En mi caso, luego de 28 años al servicio de IDEA Internacional,
desempeñándome como director regional para América Latina y el Caribe, el 31 de
diciembre de 2023 marcará el cierre de este enriquecedor y extraordinario
capítulo de mi vida. Me despido con una inmensa gratitud, pero igualmente
energizado y comprometido a seguir contribuyendo y dando lo mejor de mí en la
defensa de las elecciones con integridad y en el robustecimiento de la
democracia.
Deseo expresar, asimismo,
mi sincera gratitud hacia todas las personas que han dejado una huella
indeleble en mi vida durante las tres décadas vividas en este hermoso país que
desde el primer día sentí como propio; personas que me acogieron con calidez y
se convirtieron en pilares y referentes en mi trayectoria en el Instituto
Interamericano de Derechos Humanos (IIDH) y en el Centro de Asesoría y
Promoción Electoral (CAPEL).
1.
Introducción
Iniciaré con una reflexión introductoria sobre el desafío y las
oportunidades que enfrenta actualmente la democracia, para efectuar luego un
examen acerca del estado de la democracia tanto a nivel global como
latinoamericano. En tercer lugar, analizaré las principales tendencias que
surgen del actual superciclo electoral
latinoamericano. En la cuarta parte propondré una agenda dirigida a enfrentar
el declive democrático promoviendo una democracia de nueva generación, para
cerrar mi exposición con una reflexión final.
Inicio mi exposición formulando las
siguientes preguntas: ¿Estamos viviendo el ocaso de la democracia? ¿Está la
democracia muriendo? ¿Estamos entrando a una contraola
democrática con fuerza suficiente para borrar gran parte de los muy importantes
avances logrados durante las últimas cinco décadas en el marco de la tercera
ola democrática? O más bien atravesamos una coyuntura crítica y desafiante
respecto de la cual la democracia, como en el siglo pasado, ¿tendrá la
resiliencia y la capacidad de sobreponerse y reinventarse? ¿Cuál es el futuro
de la democracia?
En mi opinión la democracia se
encuentra actualmente, tanto a nivel global como regional latinoamericano, en
una encrucijada crítica, en un punto de inflexión. Fuertemente tensionada entre
el declive y la resiliencia, atraviesa uno de sus momentos más difíciles desde
el inicio de la tercera ola democrática. El desafío es mayúsculo. No hay
que exagerarlo, pero tampoco subestimarlo. Demanda atención urgente, reflexión
profunda, un diagnóstico preciso y un plan de acción riguroso y valiente
dirigido a defender, fortalecer, repensar y mejorar la calidad de la
democracia.
El momento para tomarle el pulso a
la democracia no podría ser más oportuno. Este 2023 se cumplen 49 años desde el
inicio de la tercera ola democrática a nivel mundial y 45 de su inicio en
nuestra región. Se recuerdan, asimismo, los 50 años de los golpes de Estado en
Chile y Uruguay.
Antes de ingresar al corazón de mi
conferencia, permítaseme aclarar a qué me refiero cuando hablo de democracia.
Utilizo para ello el concepto de democracia representativa que contiene el
artículo 2 de la Carta Democrática Interamericana, adoptada el 11 de setiembre
de 2001, definición que debe ser complementada con los artículos 3 (elementos
esenciales) y 4 (componentes fundamentales).
El artículo 2 expresa:
el
ejercicio efectivo de la democracia representativa es la base del estado de
derecho y los regímenes constitucionales de los Estados Miembros de la
Organización de los Estados Americanos. Añadiendo que “La democracia
representativa se refuerza y profundiza con la participación permanente, ética
y responsable de la ciudadanía en un marco de legalidad conforme al respectivo
orden constitucional.
Por
su parte, el artículo 3 de la CDI establece como:
elementos esenciales [resaltado añadido] de la democracia
representativa, entre otros, el respeto a los derechos humanos y las libertades
fundamentales; el
acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho [resaltado añadido]; la celebración de
elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y
secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de
partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los
poderes públicos.
Respecto de los
componentes fundamentales en el artículo 4 señala que estos son: “la
transparencia de las actividades gubernamentales, la probidad, la
responsabilidad de los gobiernos en la gestión pública, el respeto por los
derechos sociales y la libertad de expresión y de prensa”. Y agrega: “La subordinación
constitucional de todas las instituciones del Estado a la autoridad civil
legalmente constituida y el respeto al estado de derecho de todas las entidades
y sectores de la sociedad son igualmente fundamentales para la democracia”
(párr. 2).
2. Estado de
la democracia a nivel global
En el periodo que siguió a la caída
del Muro de Berlín (1989) y la desintegración de la Unión Soviética (1993),
Francis Fukuyama proclamó el "fin de la historia", dando por
triunfante a la democracia capitalista y al libre mercado. Pero la historia,
como sabemos, no ha terminado y tan solo tres décadas después, nos encontramos
ante una democracia bajo acoso, asediada por numerosas amenazas que se
manifiestan en una creciente polarización, la proliferación de noticias falsas
y un resurgimiento de populismos antiliberales.
Para decirlo en palabras de Moisés
Naím (2022), la democracia sufre hoy el embate de las tres P: polarización,
populismo y post verdad. Estas amenazas se diferencian de las del pasado, ya
que los procesos de erosión, declive o retroceso tienen dos características
novedosas.
La primera, el deterioro
democrático ya no viene generalmente de la mano de los golpes de Estado tradicionales
(si bien estos continúan en algunas regiones del mundo), sino de un nuevo tipo
de autoritarismo que, si bien llega al poder vía elecciones más o menos
competitivas, luego, desde el poder y haciendo un uso abusivo de los mecanismos
democráticos, corroe a la democracia gradualmente desde adentro, como bien
analizan Levitsky y Ziblatt
en su libro “Cómo mueren las democracias”.
La segunda característica
es que el actual declive democrático no se circunscribe únicamente a las
democracias emergentes, sino que también alcanza a aquellas que, hasta hace
poco, considerábamos consolidadas, como lo evidenció el asalto al Capitolio
estadounidense el 6 de enero de 2021 así como la irrupción de líderes
populistas y democracias iliberales en algunos países europeos.
Los datos que surgen de los
principales índices que miden la calidad de la democracia a nivel global y los
numerosos artículos y libros que se han publicado en los últimos años ofrecen
una doble lectura. La doctrina no es pacífica en este terreno. Como en Historia de dos ciudades, la
fascinante novela de Dickens, mientras para algunos autores asistimos al mayor
número de democracias que la humanidad ha visto en su historia, para otros, en
cambio, la democracia atraviesa actualmente uno de los momentos más complejos y
desafiantes desde el inicio de la tercera ola democrática.
Un aspecto muy importante por
resaltar es el cambio radical que sufrió el debate en estas tres últimas
décadas. En este corto tiempo pasamos del optimismo exultante de Francis
Fukuyama a posiciones más cautas o incluso pesimistas reflejadas en libros
(para citar solo unos pocos) tales como el “Ocaso de la democracia y la
seducción del autoritarismo” de Anne Applebaum, “El
pueblo contra la democracia” de Yascha Mounk, “The crisis of democratic capitalism”
de Martín Wolf, “Cómo terminan las democracias” de David Runciman y “Malos vientos:
salvar la democracia de la ira rusa, la ambición china y la complacencia
estadounidense” del profesor de Stanford Larry Diamond
(2022), autor este último que advierte acerca del peligroso proceso de
“recesión democrática” que está teniendo lugar a nivel global.
Otros expertos, en cambio, si bien
reconocen que las democracias en muchos países del mundo enfrentan serios
desafíos y amenazas, y que de no adoptarse las medidas correctivas necesarias
la situación podría incluso agravarse, ponen el acento en que vivimos en el
período más democrático de la historia de la humanidad. Más que en los
retrocesos democráticos, estos autores resaltan los sorpresivos niveles de
resiliencia democrática que existen en muchos países, así como las dificultades
que también enfrentan determinados regímenes autoritarios para consolidarse y
legitimarse. Esta es la posición que esbozan, entre otros, Steve Levitsky y Lucan Way en un
reciente artículo que lleva por título “Democracy Surprising Resilience” publicado
en el Journal of Democracy a inicios de octubre de 2023.
Por su parte, un estudio reciente
realizado por la Open Society Foundation
(OSF) en 30 países del mundo y publicado en el periódico inglés The Guardian, revela la paradoja que existe en relación con
la percepción de la democracia. Aunque esta sigue siendo ampliamente valorada,
se encuentra bajo el escrutinio de diversos desafíos que incluyen la
desigualdad, la corrupción y las amenazas del cambio climático y de la
inteligencia artificial. Es decir, mientras que existe una demanda constante de
democracia y confianza en sus pilares fundamentales, simultáneamente surgen
dudas sobre su eficacia para producir resultados tangibles a la vez que se
observa un resurgimiento del autoritarismo. Notablemente, el estudio señala que
los jóvenes son más escépticos que las generaciones de mayor edad acerca de la
capacidad de la democracia para satisfacer sus expectativas.
Esta recesión democrática -me
incluyo entre los expertos que tienen una mirada más crítica acerca de la
situación actual de la democracia- tiene lugar en un escenario de “desorden
internacional” caracterizado por una “polycrisis” y
una “permacrisis”; es decir, un momento histórico marcado
por múltiples crisis globales que se desarrollan al mismo tiempo en una escala
casi sin precedentes y que dan lugar a un período prolongado de
inestabilidad, inseguridad y sobre todo de marcada incertidumbre.
En efecto, la ilegítima y brutal
invasión rusa a Ucrania, el gravísimo conflicto entre Israel y Hamas; una
agenda geopolítica sobrecargada de puntos calientes, las tensiones entre
Estados Unidos y China, la desaceleración económica, el aumento de las tasas de
interés para hacer frente a la inflación, el debilitamiento del
multilateralismo, la parálisis del sistema de defensa colectiva global, una
profunda reconfiguración geoeconómica y geopolítica y la reformulación de la
globalización suman mayor volatilidad, complejidad y tensión.
A todo ello debemos sumarle -como
nos advierte Thomas Freedman en su libro “Gracias por llegar tarde”- no solo la
cantidad de cambios, sino la velocidad de estos y su carácter marcadamente
disruptivo, potenciados por la amenaza del colapso ecológico y el impacto de la
inteligencia artificial; combinación de factores y tendencias que añaden nuevos
desafíos y amenazas existenciales a las democracias del siglo XXI.
Como bien señala Harari en su libro
21 lecciones para el siglo XX
La sensación de desorientación y de
fatalidad inminente se agrava por el ritmo acelerado de la disrupción
tecnológica que se inició con la irrupción del internet en la década de 1990 y
su permanente aceleración desde entonces). Al sistema político democrático le
cuesta tratar con las revoluciones que están teniendo lugar, de manera simultánea,
de la tecnología, la información y la biotecnología. (2018, p. 24).
Y agrega: “la humanidad está
perdiendo la fe en el relato liberal que ha dominado la política global en las
últimas décadas, exactamente cuando la fusión de la biotecnología y la info tecnología nos enfrenta a los mayores desafíos que la
humanidad ha conocido” (2018, p. 21).
El reciente
Informe de IDEA Internacional, “El estado de la democracia en el mundo y las
Américas: 2023. Los nuevos pesos y contrapesos” presentado en Estocolmo,
Suecia, el pasado 2 de noviembre de 2023, señala que casi la mitad (85) de los 173 países estudiados sufrieron una
disminución en al menos un indicador clave del desempeño democrático en los
últimos cinco años. Estamos en presencia de otro
año de declive de la democracia a nivel global. En el 2022 una vez más los países con descensos netos superaron en
número a los que registraron avances. Esta es la caída consecutiva (seis años
seguidos) más larga desde 1975 y ninguna región del mundo permanece inmune a
esta tendencia. Este declive democrático es la consecuencia de varios factores que han
provocado la erosión de los “controles y equilibrios” formales en tres ámbitos
principales: en el de las elecciones, los parlamentos y los tribunales de
justicia.
En la misma línea del informe de
IDEA Internacional, las conclusiones que se desprenden de otros estudios que
también miden la calidad de la democracia -como el de la Unidad de Inteligencia
de The Economist y el del proyecto de la universidad
de Gotemburgo, V-DEM, para citar dos de los más reconocidos-, son igualmente
preocupantes. Permítanme destacar, por la limitación de tiempo,
solo dos tendencias principales que surgen de estos últimos informes:
La primera:
Según el último Índice de la Democracia que elabora la Unidad de Inteligencia
de The Economist, solo el 8% de la población mundial
vive en democracias plenas, mientras los regímenes híbridos y autoritarios
abarcan el 56,9% de los 167 países y territorios que cubre el estudio. Por su
parte, el último informe del proyecto V-DEM señala que el nivel global de
democracias en 2022 ha retrocedido a los niveles de 1986 y, por ende, los
avances globales de la democracia de los últimos 35 años han sido eliminados.
Y la segunda:
la cantidad de personas que cree que la democracia es la mejor respuesta a
los problemas ha disminuido del 52,4% al 47,4% durante el último quinquenio,
agravado por el hecho de que un 52% ve en un gobierno fuerte y ajeno a la
institucionalidad democrática una solución legítima a sus problemas (frente al
38% que lo consideraba hace unos años).
Sin
embargo, y pese a estos datos y tendencias negativas, cabe tener presente que
el mundo es hoy significativamente más libre que hace 50 años; que muchas
democracias vienen demostrando niveles importantes de resiliencia; que en
numerosos países amplios sectores demandan y luchan por vivir en democracia; y
que varios regímenes autoritarios encuentran importantes niveles de resistencia
a la vez que experimentan serias dificultades para lograr legitimarse y
consolidarse. En resumen: la democracia en el mundo está bajo fuerte acoso y
en declive, pero en modo alguno está derrotada.
3.
Situación de la democracia en
América Latina y sus principales tendencias
Sin perjuicio de algunas
diferencias, los principales informes sobre la calidad de la democracia en
América Latina muestran un escenario regional de luces y sombras, heterogéneo y
crecientemente preocupante. Por un lado, destacan, pese a todos sus déficits y
promesas incumplidas, los 45 años de vida democrática que la región acumula
desde el inicio de la tercera ola democrática en América Latina; proceso que
puso fin a la larga pesadilla autoritaria y que constituye el proceso
democrático de mayor duración y extensión geográfica de toda nuestra historia.
Pero, por el otro, observamos con justificada preocupación un proceso de
estancamiento, erosión, deterioro o retroceso democrático (según el país en
cuestión) gradual, pero constante, desde los años 2007-2008 a la fecha.
Me incluyo entre los analistas que
consideran que la democracia en nuestra región atraviesa su momento más
delicado desde fines de la década de los años ochenta del siglo pasado. Si como
analizamos previamente, las características del escenario global son adversas
para el avance y fortalecimiento de la democracia, el contexto regional
latinoamericano presenta igualmente serios retos y amenazas para esta.
En efecto, más allá de los desafíos
políticos y de cultura democrática que analizaremos en breve, los déficits
estructurales de América Latina, agravados por la herencia envenenada que dejó
la pandemia en materia económica y social: una nueva década perdida en términos
económicos, crecimiento anémico, aumento de la pobreza y desigualdad, y un
largo etcétera, generan fuertes condicionamientos y severas limitaciones para
el funcionamiento óptimo de la democracia y su capacidad de dar resultados (delivery) oportunos y eficaces a las demandas de una
ciudadanía crecientemente empoderada y frustrada.
Debido a la limitación de tiempo,
deseo compartir brevemente con ustedes las 6 principales tendencias que observo
en relación con el estado actual de la democracia en nuestra región.
a) La
heterogeneidad que existe en materia de regímenes políticos y el declive en
materia de calidad de la democracia. La región es una, pero diversa a
la vez, ya que existen diferencias importantes en materia de desarrollo
democrático entre los países latinoamericanos. De acuerdo con el “Índice de la
democracia 2022” de la Unidad de Inteligencia de The
Economist (2022), la región latinoamericana vuelve a sufrir por séptimo año
consecutivo un nuevo descenso, pasando de un puntaje de 5,83 a 5,79, el más
bajo desde que inició la medición en 2006. Pese a ello, América Latina sigue
siendo la tercera región del mundo con el puntaje promedio más alto solo por
detrás de América del Norte y de Europa occidental.
De los 20 países de la región, solo
tres califican como democracia plena. Uruguay -casi siempre- y Chile y Costa
Rica que entran y salen de esta primera categoría según el año de medición.
Otros cinco países son calificados como democracias defectuosas o incompletas:
Argentina, Brasil, Colombia, Panamá y República Dominicana. Ocho países son
considerados regímenes híbridos: El Salvador, Guatemala, Bolivia, Paraguay,
Honduras, Ecuador, México y Perú. Por su parte, cuatro países son clasificados
como regímenes autoritarios: Cuba, Venezuela, Nicaragua y Haití (este útilmente
convertido en un Estado fallido).
Como consecuencia de todo ello, solo
el 4% de la población latinoamericana vive en una democracia plena, el 45%
habita en regímenes híbridos o autoritarios y el 62% reside en países cuyo
puntaje disminuyó en 2022.
b) Si la
situación actual del estado de la democracia es preocupante, las tendencias de
deterioro y de declive democrático en varios países son aún más preocupantes. Un
balance de la evolución del estado de las democracias en nuestra región muestra
tres hallazgos principales.
El primero, pese a los importantes
niveles de resiliencia, durante los últimos años y, especialmente como
consecuencia de medidas adoptadas durante la pandemia, casi la mitad de las
democracias han experimentado un proceso de erosión en sus componentes básicos.
El segundo, el declive democrático ha sido mayúsculo. Durante los últimos 15
años, la región perdió 11 democracias: tres degeneraron en sistemas
autoritarios (Venezuela, Nicaragua y Haití) uniéndose a Cuba, y ocho
descendieron a la categoría de regímenes híbridos (El Salvador, Guatemala,
Bolivia, Paraguay, Honduras, Ecuador, Perú y México). Y, el tercero, las
dictaduras y los regímenes híbridos han venido profundizando su deriva
autoritaria en un número importante de países.
c)
Constatamos un nivel creciente de acoso y amenazas a los
medios de comunicación y periodistas, a los defensores de los derechos humanos,
a líderes sociales y defensores del medio ambiente. En 2022, de los
67 periodistas asesinados en el mundo, 30 fueron en nuestra región. Estos
ataques a la libertad de expresión y de prensa constituyen el “canario en la
mina”, que alerta de manera temprana los riesgos inherentes a un gradual
deterioro democrático y un avance autoritario.
d)
Otra tendencia negativa son los frecuentes ataques a la
independencia de los poderes judiciales, a los órganos autónomos de control y,
últimamente, a los organismos electorales.
e)
Asimismo, los datos de cultura política son igualmente
preocupantes. De acuerdo con Latinobarómetro
2023, solo el 48% de los latinoamericanos apoya la democracia, lo que significa
una caída de 15% desde 2010 (63%). Otro factor que llama la atención es la
brecha generacional que se está abriendo, ya que los jóvenes registran una
mayor preferencia a los autoritarismos que las personas de mayor edad y un
menor nivel de apoyo a la democracia. De igual modo, la indiferencia entre un
gobierno autoritario o uno democrático pasó del 16 al 28% en apenas trece años.
Por su parte, en las últimas dos décadas quienes suscriben la frase “no me
importaría que un régimen no democrático llegara al poder si resolviese los
problemas” creció de 44% a 54%.
A estas cifras hay que sumarles lo
que llamo los “consensos regionales negativos”: más del 69% de los
latinoamericanos (promedio regional) no están satisfechos con el funcionamiento
de la democracia y para el 73%, también promedio regional, los políticos no
gobiernan para ayudar a las mayorías, sino en su propio beneficio y para
favorecer a grupos poderosos (Latinobarómetro, 2020).
f) Otros dos
fenómenos, la corrupción y la inseguridad ciudadana, presentan tendencias
igualmente negativas. Respecto de la primera, el último Índice de
Transparencia Internacional 2023 sobre percepción de la corrupción evidencia un
estancamiento en la lucha contra este flagelo tanto a nivel global como
regional latinoamericano. El puntaje promedio para las Américas se mantiene
estancado en 43 puntos. Solo 3 naciones están por encima de los 50 puntos:
Uruguay (74 puntos), Chile (67) y Costa Rica (54). El resto de los países salen
nuevamente aplazados en la lucha contra la corrupción.
Y en relación con el segundo
fenómeno -inseguridad- cabe apuntar que América Latina con solo el 8% de la
población mundial concentra más del 35% de los crímenes a nivel mundial, lo
cual la convierte en una de las regiones más violentas y, al mismo tiempo, más
desiguales del mundo.
Respecto de este último fenómeno, el
informe de IDEA Internacional (2023) advierte que la mayoría de los gobiernos
de la región han fracasado en responder de manera oportuna, eficaz y
democrática a las causas profundas del aumento del crimen violento, y muchos
han recurrido a garantizar más poder a las fuerzas armadas, aumentando el gasto
en defensa y expandiendo la militarización en seguridad pública e inmigración.
A partir de la propagación del
modelo Bukele (lo que he denominado la bukelización de la política) que ofrece resultados
eficaces, de momento, en la lucha contra la delincuencia, pero que viene
acompañado de serias violaciones a los derechos humanos, debilitamiento del Estado
de derecho y deterioro democrático, advertimos con preocupación una moda en
nuestra región por la emergencia de candidatos o mandatarios de diversa
orientación ideológica que proponen replicar este seductor pero peligroso
modelo de lucha contra el crimen organizado. La bukelizacion
de la política es muy peligrosa, ya que ofrece una metodología efectiva de cómo
desmantelar una democracia con apoyo popular y seguir siendo popular.
Urge, por ello, que los Gobiernos latinoamericanos
pongan en marcha políticas de seguridad que al tiempo que sean eficaces en el
combate de la delincuencia y el crimen organizado sean también democráticas,
respetuosas de los derechos humanos y del Estado de derecho. El desafío es
mayúsculo como también lo son los riesgos en caso de fracasar. O encontramos
soluciones democráticas al desafío de la inseguridad -hoy convertido en el
principal riesgo político- o arriesgamos un creciente apoyo ciudadano a propuestas
autoritarias.
Finalmente, en el plano
latinoamericano, constatamos un debilitamiento del consenso regional a favor de
la democracia -que sí existía hace dos décadas y que permitió en 2001 adoptar
la Carta Democrática Interamericana-; debilitamiento que viene acompañado de
una desactualización de los mecanismos regionales de promoción y defensa de la
democracia para dar respuestas oportunas y eficaces a las amenazas provenientes
de un nuevo tipo de autoritarismo.
Pese a este cuadro regional adverso,
un balance equilibrado evidencia que no todo es negativo. Durante los últimos
años hemos visto desarrollos positivos que permiten abrigar esperanza y que
constituyen áreas sobre las cuales podemos y debemos trabajar para construir
una sólida línea de defensa democrática en nuestra región.
Entre ellas cabe mencionar: la
resiliencia de la democracia en contextos muy desafiantes; la celebración
ininterrumpida del calendario electoral -aún durante la pandemia- reafirmando
de este modo que las elecciones son la única vía legítima de acceso al poder;
el compromiso de procesar las crisis políticas con apego a la Constitución; la
búsqueda de canalizar la protesta social por vías institucionales; una
ciudadanía empoderada y activa que reclama y defiende en las calles sus derechos
y demandas; los avances logrados en materia de derechos de las mujeres
-importantes pero aún insuficientes-, de grupos LGTBIQ+, de pueblos indígenas y
afrodescendientes; y, sobre todo, la lucha valiente y en condiciones muy
difíciles y peligrosas, de periodistas, defensores de derechos humanos y líderes
sociales y ambientales –a un costo humano y profesional enorme- en favor de los
derechos humanos, la libertad de expresión, el medio ambiente y la democracia.
4.
Elecciones y democracia:
situación actual y tendencias
Dentro de este cuadro regional
preocupante en materia de calidad de la democracia, América Latina es epicentro
de un intenso superciclo electoral que inició en 2021
y concluirá en 2024. Desde 2021 hasta ahora, se han celebrado 10 elecciones
presidenciales democráticas: Ecuador, Perú, Chile y Honduras en 2021; Costa
Rica, Colombia y Brasil en 2022; y Paraguay, Guatemala y Ecuador en 2023.
También tuvo lugar en 2021 una farsa electoral en Nicaragua. Argentina por su
parte llevó a cabo la primera ronda de su proceso electoral en octubre y su
balotaje el 19 de noviembre de 2023.
Mirando hacia el futuro, el 2024 se
erige como el año culminante de este superciclo, el
cual presenta seis elecciones presidenciales de suma importancia en El Salvador
(febrero), Panamá y República Dominicana (mayo), México (junio); y Uruguay y
Venezuela en el segundo semestre; comicios cuyos resultados están destinados a
redibujar el mapa político latinoamericano.
De este super ciclo electoral surgen
varias tendencias significativas. Nuevamente, por la limitación de tiempo,
apuntaré solo seis.
Primero, destaca el
"voto castigo" contra los partidos en el poder, una constante en la
mayoría de los países, con las notorias excepciones de Paraguay, donde se
mantuvo el oficialismo, y Nicaragua, que celebró elecciones sin niveles mínimos
de integridad electoral. Desde 2019, los partidos gobernantes han enfrentado
derrotas en 17 de las 18 elecciones presidenciales democráticas.
En segundo lugar, los
balotajes están tomando un rol central en la definición de los mandatarios, donde
es notable la frecuencia con la que los resultados se revierten en esta segunda
ronda. De los últimos 8 balotajes (2021-2023), cinco han supuesto un cambio en
la tendencia inicial. Este fenómeno quedó evidenciado nuevamente este año en
Ecuador y Guatemala y se anticipa una competición reñida en Argentina, con un
giro sorpresivo tras las elecciones primarias.
Una tercera tendencia es el
resurgimiento de gobiernos de izquierda o progresistas, con matices variados
entre ellos y en un escenario regional e internacional distinto al de la
llamada primera "marea rosa" anterior.
En cuarto lugar, enfrentamos
una creciente fragmentación política y desafíos de gobernabilidad. Ejemplos de
ello son los casos recientes de Ecuador y Guatemala, donde los presidentes
electos tendrán que gobernar con un apoyo legislativo limitado, lo que obliga a
la formación de coaliciones frágiles que podrían complicar la estabilidad
política y la implementación de reformas necesarias.
Una quinta tendencia pasa por
la emergencia de los candidatos que denomino PAP: personalistas, antisistema y
populistas. Estos candidatos, independientemente de su inclinación ideológica,
comparten un enfoque de liderazgo con tintes autoritarios y una gestión
gubernamental que a menudo desafía las normas institucionales.
Sexta y última, la
hiperpolarización política está alcanzando niveles alarmantes. El espacio para
posturas moderadas se erosiona mientras candidatos con posiciones extremas
ganan terreno. Esta polarización, exacerbada por el uso indebido de las redes
sociales, está alimentando un ambiente de violencia política y desconfianza,
poniendo en jaque los cimientos de la democracia que con seguridad se agravará
como consecuencia del mal uso de la inteligencia artificial en las campañas
electorales.
Dentro de este marco de tensión, se
ha vuelto una práctica común que los candidatos derrotados impugnen los
resultados electorales y emprendan campañas de descrédito contra las
autoridades electorales, como se ha evidenciado en Perú en 2021. Situaciones similares
en Brasil y México, donde líderes políticos han lanzado acusaciones infundadas
contra organismos electorales, ponen en riesgo la estabilidad democrática.
Estos ataques a las instituciones electorales indican un nivel de polarización
que no solo afecta la política actual, sino que también siembra incertidumbre
para el futuro de la democracia en la región.
5.
Reflexión final
Como se desprende de nuestro
análisis, la democracia en América Latina muestra signos combinados de
resiliencia y de deterioro. Ante los impactos concurrentes de las múltiples
capas de crisis, el escenario para los próximos años se presenta complejo y desafiante.
Hay que prepararse para enfrentar “tiempos recios”.
¿Qué hacer, entonces, frente a este
cuadro regional complejo y retador?
La amenaza a la democracia, su
estancamiento, deterioro o retroceso son reales y no deben ser subestimados. El
tamaño del desafío obliga a evitar caer en un pesimismo paralizante. Exige al
mismo tiempo diseñar y poner en marcha una agenda rigurosa que ponga foco en
siete prioridades dirigidas a proteger, fortalecer y relegitimar a la
democracia.
Primero y lo más
importante: debemos repensar la democracia para dotarla, como aconseja Innerarity, de una teoría más sofisticada que le permita a
la democracia gobernar la complejidad y dar respuestas eficaces a las demandas
del siglo XXI. Como bien señala el citado académico, “la principal amenaza de
la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la
simplicidad” (Innerarity, 2019, p. 3). No podemos
pretender seguir gobernando a nuestras sociedades con instituciones diseñadas
en el siglo XIX y con paradigmas del siglo XX. Urge avanzar rápidamente en el
ámbito de la innovación político-institucional con el objetivo central de
encontrar soluciones democráticas a los problemas de la democracia para evitar
que el malestar en la democracia se convierta en malestar con la democracia.
Segundo, mantener y
fortalecer la resiliencia electoral para garantizar la legitimidad de origen.
Para ello es crítico blindar a los organismos electorales de los crecientes
ataques que vienen sufriendo.
Igualmente,
importante es complementar la legitimidad de origen con la legitimidad de ejercicio
–con división de poderes- cumpliendo con los principios establecidos en los
artículos 3 y 4 de la Carta Democrática Interamericana.
Tercero, recuperar la
centralidad de la política, restablecer la confianza de la ciudadanía en las
instituciones -partidos políticos y congresos- y en las élites políticas, poner
en marcha programas dirigidos a fortalecer los valores y actitudes
democráticas, y abrir nuevos canales de escucha, participación y deliberación
ciudadana.
Es preciso reimaginar
el papel del ciudadano, agregándole a su condición de elector dimensiones de
carácter participativo y deliberativo que le permitan tener un mayor
protagonismo en los procesos de toma de decisión y en la elaboración de
políticas públicas. En otras palabras, necesitamos transitar de una democracia
de electores a una de ciudadanos y ciudadanas.
Cuarto, robustecer el Estado
de derecho -la gran asignatura pendiente de la democracia latinoamericana- no
solo para garantizar la defensa de los derechos humanos y de la libertad de
expresión, sino también para luchar con eficacia en contra de la corrupción e
inseguridad ciudadana y poner fin a la impunidad.
Quinto, la combinación
de "sociedades fatigadas", "calles calientes" y "urnas
irritadas", junto con la brecha entre la magnitud de los problemas y la
capacidad menguada de los gobiernos para dar respuestas oportunas y eficaces,
colocan a la gobernabilidad en el centro de la agenda regional. Es urgente dar
respuesta a este reto, acompañando a la democracia de buen gobierno y de un
Estado moderno, robusto y estratégico, transparente, que rinda cuentas, con
solvencia fiscal y capacidad de dar resultados concretos y oportunos a los
problemas reales de la gente.
Sexto, atender con
urgencia la dimensión social de la democracia. El ejercicio de la libertad debe
estar necesariamente vinculado a algún sistema efectivo de seguridad social.
Para ello es necesario renegociar los contratos sociales y reducir los altos
niveles de desigualdad que caracterizan a muchas de nuestras democracias.
Séptimo, a nivel
regional hay que recuperar el consenso sobre el concepto de democracia y
actualizar y reforzar los mecanismos de protección de la democracia -con foco
en la Carta Democrática Interamericana- para que complementen y apoyen a
aquellos existentes a nivel nacional.
Esta es la agenda que en mi opinión
América Latina necesita poner en marcha con urgencia. Por un lado, con
capacidad de brindar respuestas tanto a los viejos problemas del siglo XX que aún
siguen pendientes como a los nuevos desafíos del siglo XXI, en especial los del
cambio climático y los de la IA; y, por el otro lado, que permita avanzar hacia
una democracia de nueva generación, más inclusiva y resiliente, verde y
digital. Y la mejor manera de hacerlo, como bien aconsejaba Albert O. Hirschman (2013, p. 22), es “poniendo foco en lo posible
más que en lo probable” (número de página).
Queridas amigas y amigos la historia
enseña que el triunfo de la democracia no está garantizado, pero tampoco su
ocaso es una certeza. Ambos futuros son posibles. El siglo XX fue sin duda el
siglo de la democracia como bien nos recuerda Amartya Sen. La democracia fue,
pese a todos los desafíos, la gran ganadora de los choques ideológicos del
pasado en contra del fascismo, del nazismo y del comunismo.
Pero el camino de la democracia,
como hemos visto durante estos 2500 años (desde que Clístenes y Pericles la
establecieran en Atenas cinco siglos antes de Cristo) y a lo largo de sus tres
olas, no es recto ni está exento de desafíos, obstáculos y amenazas. La
democracia no está condenada a suicidarse como pensaba John Adams, primer
vicepresidente y segundo presidente de los EE. UU. Pero tampoco creo, que como
vaticinara Fukuyama, al final de la historia encontraremos inexorablemente a la
democracia liberal.
La democracia tiene a su
favor que es el más adaptable de los regímenes políticos
conocidos, el que permite autocorregirse periódicamente vía elecciones y, como
afirmaba Karl Popper, el único régimen político que nos permite librarnos de
nuestros gobernantes sin derramamiento de sangre. Pero para que la democracia tenga futuro, para que nosotros tengamos un
futuro prometedor dentro de la democracia, debemos luchar y trabajar de manera
ardua y permanente para hacer realidad su promesa.
En resumen, la
democracia, como dice Sartori, antes que nada y sobre todo es un ideal. Pero
también, como acertadamente nos recuerda Touraine es un trabajo. En definitiva,
la democracia es una “construcción permanente” que hay que reinventar, recrear,
perfeccionar y defender todos los días. No hay democracia sin demócratas
comprometidos.
Mucho dependerá de la calidad del
liderazgo político, de la legitimidad de las instituciones, de la capacidad de
dar resultados oportunos y eficaces a las demandas ciudadanas, pero, sobre
todo, de nuestro compromiso con los valores de la democracia y de nuestras
acciones; de lo que hagamos individualmente, pero también de lo que hagamos
como sociedad para encontrar respuestas democráticas a los problemas de la
democracia; donde no haya hombres ni mujeres necesarios ni imprescindibles,
donde los únicos necesarios, como bien señala Enrique Krauze,
seamos los ciudadanos actuando libremente en el marco de la Constitución, las
leyes y las instituciones.
Este es mi deseo más profundo para
nuestra América latina. Los invito a que trabajemos juntos para hacerlos
realidad.
MUCHAS GRACIAS
Referencias
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Latina. Corporación Latinobarómetro.
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* Conferencia magistral
pronunciada en la sede del Tribunal Supremo de Elecciones de Costa Rica. San
José, Costa Rica, 6 de noviembre de 2023.
** Argentino, abogado y politólogo, correo electrónico zovatto_idea@yahoo.com. Director IDEA
Internacional para América Latina y el Caribe. Tiene estudios en Relaciones Internacionales, máster en Administración Pública por la Universidad de Harvard y doctor en Derecho Internacional por la Universidad Complutense de Madrid.