PRIMER SEMESTRE 2024 NÚMERO 37 |
ISSN: 1659-2069 |
“Se dice de mi”: la comunicación política de candidatas, electas y de
magistradas*
Gustavo Román
Jacobo**
https://doi.org/10.35242/RDE_2024_37_6
Nota del Consejo Editorial
Recepción: 30 de octubre de 2023.
Revisión, corrección y aprobación: 18 de diciembre de
2023.
Resumen: Se enfoca en el acoso
que reciben las mujeres tanto en puestos públicos como cuando se postulan a
cargos de elección popular. La disertación, aparte de exponer una serie de prejuicios
sociales hacia las mujeres que han decidido tomar la palabra y tener incidencia
en la esfera pública, ofrece una serie de pautas para el manejo de la
comunicación para contrarrestarlos.
Palabras clave: Mujeres / Participación política / Igualdad de
género / Magistrados / Juez electoral.
Abstract: It focuses on the harassment that women receive
both in public positions and when they run for popular election posts. The
dissertation, apart from exposing a series of preconceived prejudices by
society towards women who have decided to speak out and have an impact on the
public sphere, offers a series of guidelines for the management of
communication to counteract them.
Key Words: Women / Political participation / Gender equality / Magistrates / Electoral judge.
¿Cuál es
el común denominador de las candidatas, de las políticas en cargos electos o de
las magistradas? Que son mujeres que han tomado la palabra pública, que tienen
incidencia en la polis, que adquieren protagonismo en la esfera pública.
Y la esfera pública es un lugar muy particular, es un lugar en el que se da una
competencia permanente por el poder simbólico.
Los
estudios del poder diferencian distintos tipos de poder. Hay un poder que
tienen, por ejemplo, las magistradas o una presidenta de la república, que es
el poder político; tiene que ver con las prerrogativas institucionales
asociadas al cargo, ese poder normalmente no sufre ningún menoscabo, ningún
cambio durante el ejercicio del cargo, salvo que haya alguna reforma o hecho
político excepcional.
Pero hay
otro poder que se disputa en el espacio público, que es el poder simbólico que
puede traducirse como la capacidad de influencia, la capacidad que tiene una
persona en la esfera pública para que otras actúen y piensen como ellas, sin
forzarlas a ello, sino por voluntad propia. Ese poder simbólico se alimenta de
algo que se llama capital simbólico, prestigio, credibilidad, reputación. Ese
es el tipo de poder que se disputa de forma especialmente intensa en el espacio
público, entre todos los actores, una magistrada, una presidenta, un
periodista, un líder de opinión o un candidato opositor. Están todos
permanentemente compitiendo por el poder simbólico y este poder, a diferencia
del poder político, que, repito, está asociado a prerrogativas institucionales,
si fluctúa, puede empezar muy alto y terminar muy bajo, o viceversa.
Por
supuesto que los hombres, magistrados, candidatos y políticos también
participan de esta lucha por el poder simbólico y pueden ser víctimas de la
misma hostilidad y de la misma violencia en esa competencia. Pero en el caso de
las mujeres, a esa natural competitividad y hostilidad que hay en el espacio
público por el poder simbólico, se suma la agresividad que puede acompañar la
reacción cultural patriarcal a la transgresión de los límites tradicionales del
confinamiento doméstico. Y, además, al ataque a la reputación de las mujeres,
la misoginia, suma un arsenal de artillería vituperadora contra su credibilidad
y prestigio.
Según
muchos reportes, por ejemplo, el del Foro Económico Mundial (2023), sigue
habiendo brechas de género en todos los ámbitos, pero en la política son
especialmente acentuadas. Y esto va más allá de las leyes y de lo que declaran
las constituciones y los códigos; tiene que ver con el techo de la realidad
cotidiana. Aquí quiero mencionar una investigación de la académica argentina
Johanna Cristallo (2023), que se denomina “Techo de
cristal en la justicia: estudio empírico sobre los procesos de selección de jueces y juezas”, para poner un ejemplo: el proceso de
selección de una magistrada o una jueza superior. Dice Cristallo
que el 54% del personal del sistema de justicia argentino son mujeres, pero
solo el 25% están en los cargos de más alta jerarquía; y un dato más llamativo
es que de quienes participan en los concursos, solo un 23% son mujeres; por lo
tanto, no es de extrañar que solo un 25% de los cargos altos estén en manos de
mujeres. ¿Por qué ocurre eso? no porque la ley establezca alguna restricción.
Tiene que ver con el techo de la realidad cotidiana, si las mujeres tienen
doble jornada en el hogar y en el trabajo, poco tiempo queda para participar en
la carrera política, en la carrera judicial o en otro tipo de avances
profesionales por sus dobles jornadas.
Pero no
solamente enfrentan eso, enfrentan, también, uno o dos de los siguientes factores:
los prejuicios y el odio. En general, enfrentan el prejuicio naturalizado
culturalmente, el del machismo del hombre y la mujer común, del hombre y de la
mujer de la calle. Prejuicios constitutivos de lo que Miranda Fricker (2017) llama “injusticia epistémica”. Sin duda lo
enfrentan los altos cargos electos de las mujeres o las candidatas, pero hay
casos y cada vez más lamentablemente, en que además de ese machismo enfrentan
el odio por ser mujeres, la misoginia.
Nos
concentraremos primero en el prejuicio naturalizado, cuya principal
manifestación está en que nunca se queda bien, se haga lo que se haga, nunca se
queda bien. Como, por ejemplo, si la política o la magistrada se toma mucho
tiempo para decidir, no es prudencia, es indecisión. Si actúa con rapidez, no
es resolución, es precipitación. Si asume riesgos, que siempre hay que
asumirlos, no es audacia, es temeridad. Por otra parte, si escucha posiciones
distintas, no es apertura dialógica, es debilidad; y si se mantiene firme y
resiste las críticas, no es firmeza, es que es mandona; o si es empática en su
comunicación, no es cálida, es cursilería. También, si no satura con su imagen todas
las presentaciones públicas del órgano electoral, no está dosificando sus
apariciones, es miedosa; pero si, por el contrario, tiene una presencia muy
fuerte en los medios, no es liderazgo, es figuración o afán de protagonismo; y
si tiene posiciones matizadas o intermedias en los grandes debates, no es
mesura, es falta de convicción. Todo esto es lo que enfrentan hoy, sin
excepción, las mujeres en puestos de liderazgo, pero se puede dar la
circunstancia de que enfrenten, además de esto, odio, misoginia militante.
La presencia
constante de mujeres en la esfera pública ha llegado a constituir un agravio
para la reacción machista a los cambios que ha habido en la sociedad. Creo que
la revolución de la condición de la mujer es la más significativa de las
revoluciones en el último siglo; no hay cambio más significativo social y
cultural en el último siglo que ese y, desde luego, eso genera una reacción, y
esa reacción, por supuesto, está particularmente dirigida contra las mujeres
que acceden a los cargos más altos, y cuanto mejor lo hagan, las reacciones son
más fuertes. Y ya hay una militancia política organizada que expresa esta
reacción; no sé si han oído hablar, por ejemplo, de los Proud
Boys, cuyo líder, por cierto, el martes 5 de setiembre de 2023 fue
condenado a 22 años de prisión por el asalto al Capitolio de los Estados
Unidos. Hay otros grupos como los incels o
célibes involuntarios; e, incluso, se habla de terrorismo misógino como una
categoría de análisis. No voy a repetir los abultadísimos diagnósticos que hay
sobre violencia y odio digital, investigaciones empíricas que se han hecho en
Costa Rica de la mano con la Universidad de Costa Rica y con el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo, pero son manifestaciones de ese odio.
Escultura “Survival of the fattest”
realizada por Jens Galschiøt y Lars Calmar
en 2002.
El encono
especial contra las juezas electorales creo que tiene que ver con dos factores.
Uno se relaciona con la naturaleza del cargo, que es polémico por sí solo:
arbitran procesos que resuelven civilizadamente lo que por milenios nuestra especie
ha resuelto de forma violenta; todos seguramente recordarán aquella buena frase
de Galeano de que todo hincha del futbol sabe que si su equipo pierde es por
culpa del árbitro (¡o de la árbitra!), y que si gana es a pesar del árbitro.
Pero hay
un encono especial más intenso que tiene que ver con que las juezas electorales
son mujeres ejerciendo autoridad en una materia -la disputa por el poder
político- que históricamente fue monopolio masculino. A ello se suma el hecho
de que esa presencia de las mujeres en la jurisdicción electoral ha tenido
consecuencias sustantivas de fondo: los cambios que han provocado el aumento en
la participación política de las mujeres se han producido, en la mayoría de los
casos, no por una evolución natural de los partidos, no porque los partidos
graciosamente hayan concedido mayores espacios de representación, sino que el
principal impulso de estos cambios ha venido de la mano de las reformas legales
(y sus ajustes jurisprudenciales) impulsadas por las autoridades electorales.
Eso hace
que sea importante pasar del cambio normativo al cambio de mentalidades. Son
muy importantes los cambios normativos que se han logrado, son muy importantes
los precedentes jurisprudenciales que ustedes (mujeres) han construido. Es
clave el trabajo en capacitación, especialmente dirigido a las mujeres, que
hace, por ejemplo, en Costa Rica, el Instituto de Formación y Estudios en
Democracia. Pero para la construcción de una democracia paritaria, para
alcanzar una mayor representación y una mejor representación política, hay que atender
la opinión pública, hay que labrar una cultura política más igualitaria trabajando
en las mentalidades, porque es ahí, en las mentes de las personas, en las
representaciones mentales socialmente construidas y compartidas sobre las
mujeres (sobre qué es y qué no es una mujer, qué es el liderazgo o cómo es la
autoridad), es ahí en la mente de las personas, digo, donde reside el sexismo,
el machismo o, peor aún, la misoginia.
Entonces,
hay que identificar cómo se manifiesta el sexismo, machismo y misoginia,
comunicacionalmente, cómo aflora en la comunicación y en los discursos sociales,
y desde luego, también, cómo podemos combatirlo comunicacionalmente, más allá
del cambio normativo, de los impulsos jurisprudenciales y del trabajo en
capacitación de institutos de formación.
Aquí me
voy a aprovechar de la abundante investigación empírica que han realizado,
sobre todo mujeres, para mostrar cómo se manifiesta comunicacionalmente ese
sexismo. La distinta cobertura y enfoque periodístico sobre el desempeño
público de las mujeres evidenciado en una investigación de Nuria Fernández
García (2012), estudiosa de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Primera
característica: menos visibilidad. Aunque en ocho países de la zona euro entre
2009-2011 se incrementó la cantidad de mujeres electas por efecto de las
cuotas, el tiempo promedio dedicado a sus candidaturas en tres países fue la
mitad de su presencia en las listas, y en otros tres estuvo por debajo entre 10-15
puntos; esta tendencia se mantiene incluso cuando la candidata mujer está mejor
posicionada que su rival masculino en los sondeos. Hay una investigación de Pippa Norris (1997) que dice que esa tendencia se mantiene
incluso cuando son electas y acceden al cargo; aún en esos casos la visibilidad es menor. Obviamente,
sin una cobertura equitativa es más difícil para las mujeres llegar al
electorado para pedir el voto. Esto está enfocado en candidatas, pero creo que
aplica también, por ejemplo, para mujeres autoridades electorales. ¿Qué se
puede hacer para combatir esto?, pues insistir en la vocería de mujeres desde
las autoridades electorales: adoptemos desde los organismos electorales esa
política comunicacional para combatir ese sesgo.
Otra
característica es una cobertura más apresurada o con declaraciones más breves.
Un estudio realizado por el Consejo Audiovisual de Cataluña (2009) señala que
las mujeres tienen una menor probabilidad de ver sus declaraciones, es decir,
sus palabras transcritas o el audio o video de estas citadas en los medios. Las
mujeres políticas obtienen solo el 15,5 % del tiempo de palabra en los medios
catalanes, un porcentaje que es manifiestamente más bajo que la presencia real
de mujeres en los diferentes gobiernos analizados. El estudio, además, revela
que la duración media de las intervenciones de los hombres políticos
prácticamente duplica la de las mujeres políticas. Dos minutos un segundo para
los hombres, respecto de un minuto doce segundos para las mujeres. Menos
visibilidad y, además, menos tiempo. ¿Cuál es el consejo acá?, pues también
apelar a la comunicación directa, streaming,
transmisiones directas en Facebook, comunicación directa a través de las redes
sociales; que si algo bueno tienen es que permiten saltarse los sesgos de un
editor o de una sala de redacción y se puede hacer desde los organismos
electorales.
Pero no
solamente es una cobertura menor y con declaraciones más breves, sino que,
además, es menos fiel o literal. Woodall y Fridkin (2007) apuntan que las noticias en los medios
representan de forma más fiel los mensajes de los candidatos varones, haciendo
de “espejo” de los contenidos de sus comunicaciones políticas; pero cuando se
trata de las mujeres políticas, los medios se muestran menos exactos en la
representación de los mensajes de estas, a menudo incluso distorsionándolos. ¿Cuál
es el consejo?, es consejo de manual de comunicación política: repetir al
principio, al medio y al final la frase que se quiere destacar de todo lo que
se desea expresar, de manera muy directa. Cuanto más contexto se dé a la
declaración que se desea hacer, es más fácil que el editor haga de aquello que
es tangencial lo esencial, entonces la recomendación sería “ir al punto”.
A lo
anterior se suma que las mujeres suelen ser menos presentadas o más
escuetamente presentadas que los hombres. Una investigación de Falk (2008),
sobre la cobertura en prensa de las candidatas a la presidencia norteamericana,
señala que las mujeres tienen menos posibilidad de que sus cargos previos sean
nombrados, mientras que los hombres sí son vinculados en mayor número de
ocasiones a su trayectoria. Es como que a las mujeres les borraran la historia,
su currículo o su recorrido, esto es necesario combatirlo. El Tribunal Supremo
de Elecciones de Costa Rica lo hizo con la presidenta doña Eugenia María Zamora
Chavarría, en todas las comunicaciones se resaltó su experiencia, porque
sabíamos que la tendencia de parte de los medios sería invisibilizarla.
Otra
característica de esta cobertura sesgada es que es más invasiva, esto es
también de la investigación de Nuria Fernández (2012). Los medios de
comunicación dan un tratamiento diferente a mujeres y hombres en la política;
el trato que ellas reciben suele ser más familiar e irreverente, se realizan
más comentarios acerca de sus vidas privadas y estados sentimentales, se
cuestiona con más frecuencia si están preparadas para el cargo que ocupan o
pretenden, el tuteo en las entrevistas es más frecuente, en muchos casos las
mencionan con sus nombres despojadas de sus apellidos. Esto es importante, la
forma en que las mujeres son nombradas en los medios, en Estados Unidos y en
Europa Occidental, existe una mayor probabilidad de que los medios se refieran
a las mujeres en términos familiares por su nombre de pila o incluso por un
diminutivo y reciben, por ejemplo, más preguntas de cómo se las ingenian para
compatibilizar la carga doméstica con el trabajo público.
De forma
coherente con lo anterior, se trata de una cobertura enfocada “al cuerpo”. Esta
es otra característica: la vestimenta y la apariencia de ellas reciben mucha
más atención en los medios, que la de ellos, y la edad de las mujeres políticas
es un tema de más frecuente interés. A los hombres se les permite un estilo más
desaliñado que a las mujeres, incluso las mujeres que representan posiciones
políticas más extremas lucen absolutamente impecables, piensen en Marine Le Pen,
en Giorgia Meloni, o en
Cristina Fernández y en lo contrastantes que pueden ser en comparación con
Boris Johnson, Javier Milei o Pepe Mujica.
Tras el
nombramiento del gabinete de Pedro Sánchez, en el que por primera vez en la
historia de España hubo mayor número de mujeres al frente de ministerios, el
Diario ABC, uno de los más importantes de España, publicó un artículo bajo el
titular “El guardarropa de las ministras de Sanchez” (Funes, 2018) que realizaba “un análisis de los aciertos y errores a
subsanar”, dice el periódico: “los estilismos de las recién estrenadas dueñas
de las carteras ministeriales”. En la biografía de la ministra de Trabajo
Magdalena Valero dice: “esta extremeña, de buen físico, recriada en La Mancha,
de ojos penetrantes y chasis de aquí te espero, ha sabido siempre sacarse
partido”.
Stein (2009),
apunta el caso de Hilary Clinton y los cambios de vestuario, para denunciar
cómo una política es criticada se ponga lo que se ponga; de acuerdo con la
autora, cuando Clinton utiliza falda, los medios critican sus grandes tobillos
y sus cortas piernas; cuando viste pantalones, es acusada de usar pantalones “desexualizados” y cuando viste camisa con escote, los
medios tampoco desaprovechan la ocasión para atacarla. Sobre Hilary Clinton hay
mucha investigación realizada respecto de este tema que tiene elementos
semiológicos importantes.
La última
característica es que se trata de una cobertura infantilizante.
A las mujeres políticas, candidatas o con cargos de autoridad, suele
asociárseles a un mentor o padrino masculino que las habría llevado a donde
están. Se les presenta en relación con hombres más poderosos o influyentes para
trivializar sus propios logros e, implícitamente, generar dudas sobre si sus
conquistas profesionales han sido logradas por ellas solas. Aquí destaca la
metáfora de la marioneta que en Costa Rica la vimos utilizarse en campaña
electoral contra quien, a la postre, sería la primera (y a la fecha única)
mujer electa presidenta de la república, en la propaganda que se hizo de ataque
contra ella representándola como marioneta de un hombre, que era el presidente en
ese momento. Y esto no pasa solamente en Costa Rica; pasa incluso en el primer
mundo. Por ejemplo, frente a, primero, las representantes laboristas del
Parlamento, durante el gobierno de Tony Blair y, luego, las mujeres en el
gabinete de David Cameron, la prensa británica hablaba de las chicas de Blair y
de las lindas de Cameron.
Aparte de
esto, están los encuadres. Es vasto el desarrollo en el mundo de la
comunicación de la teoría del framing. Los
medios de comunicación, para cada personaje nuevo que aparece en la esfera
pública y cada acontecimiento nuevo que ocurre, no crean una narrativa
específica; para ese nuevo homicidio o ese nuevo hecho de corrupción política o
esa nueva magistrada, los medios no son tan creativos para estar creando
narrativa todos los días; sino que ya tienen unos marcos interpretativos, unas
estructuras, como un machote o un formulario, cambian el nombre, pero el marco
ya está hecho, esos son en términos generales los framing.
Hay dos
investigaciones clásicas sobre cómo se representan, qué encuadre se utiliza
para representar a las mujeres en los medios. Una es de Rosabeth
Moss Kanter (1977) de la Universidad de Harvard quien habla de cuatro roles
trampa; y son trampa porque una vez que una persona está metida en un rol, todo
lo que haga va a ser interpretado dentro de ese molde, ya no se le va a
permitir salir de ese molde en el que se le encasilló. Primero está el de la
seductora, una mujer a la que le importa de sobremanera sus atributos físicos,
su belleza y su indumentaria. Segundo, la madre, una mujer en la que se
prioriza la ética del cuidado, el apego al hogar y la conciliación de la vida
familiar. Tercero, la mascota; la mujer como un ser agradable y complaciente
que se comporta como animadora de su pareja o de su jefe. Por último, la dama
de hierro, en el cual la mujer encarna atributos contrarios a la interpretación
clásica de feminidad, gobernando con mano firme y modos asertivos y evitando
exteriorizar sus emociones.
Aquí el
consejo es no dejarse encasillar; ojalá que los equipos de comunicación que
respaldan a las mujeres sean profesionales atentos y que combatan esos
encuadres cuando los identifiquen en los medios, porque son cárceles
cognitivas. Una vez que una persona está asociada a un encuadre mental de la
población, es muy difícil cambiarlo.
Bastante
más reciente es la investigación de Pippa Norris (1997),
y ella es crítica particularmente con el encuadre de first
woman o primera mujer. Este encuadre por el cual
el liderazgo y los logros de las mujeres son presentados por los medios como un
avance que beneficia también al resto de mujeres y que convierten a la
bautizada “pionera” en una especie de representante simbólica del resto. Un
marco que consigue dar a las mujeres gran visibilidad sobre la arena pública,
pero, al mismo tiempo, las desnaturaliza porque presenta como anómalo un hecho
que no tendría por qué calificarse de “extraordinario”.
En este
punto discrepo de Norris. Si se retrata como algo extraordinario el ascenso de
una mujer a un puesto que nunca había sido ocupado por una, es, sencillamente,
porque así es. Pero es verdad, eso impone una enorme carga. El encuadre de las
lideresas como agente de cambio las erige como responsables, además, no de
ejercer bien el cargo, que sería la responsabilidad que cualquier persona atendería
al asumir un cargo. Si es la primera mujer tiene, además, la responsabilidad de
hacer transformaciones transcendentales en el seno de su partido político, de
su gobierno o de su organización electoral, y a partir de esa expectativa será
evaluada.
Nuevamente
el ejemplo es doña Laura Chinchilla, presidenta de Costa Rica 2010-2014. Una
persona muy respetada en el mundo de la cultura, don Alberto Cañas, llegó a
decir, hacia el final de ese gobierno (como todos, con aciertos y desaciertos),
llegó a decir que después de la presidencia de Chinchilla pasarían dos siglos
para que en Costa Rica volvieran a elegir a otra mujer como presidenta.
Permítanme
concluir con cuatro últimos consejos.
El
primero es creérsela, y este es el consejo de un hombre, Orlando D’Adamo, consultor argentino. Indica que luego de trabajar
para clientes y para clientas, ha llegado a la conclusión de que en las mujeres
es mucho más fuerte esa voz interna que les repite “todavía no”, “más adelante”,
“no estás preparada” o, peor aún, “sos una
impostora”. Para D’Adamo, lo que ocurre es que estas
mujeres tienen estándares muy altos de autoexigencia, que está muy bien, pero
que se pueden convertir en autocomplot, en autosabotaje:
aceptan segundos planos con mucha más frecuencia, frente a otros que, siendo
menos calificados, son más decididos y menos pudorosos. Ahí el trabajo de los
consultores o asesores en comunicación es tener la sensibilidad para detectar
esta situación y para motivar a la magistrada, a la candidata o a la política
elegida, a que asuma su verdadera capacidad (que a veces es la última en verla)
que asuma su verdadera capacidad y que la ponga al servicio de su proyecto
personal y del país.
El
segundo consejo es de la experta en comunicación política, Virginia García: que
se muestren fuertes. Mentalmente tenemos asociado el liderazgo con una serie de
atributos que culturalmente identificamos como rasgos masculinos, por ejemplo,
ejecutividad, asertividad, ambición, audacia, racionalidad, planificación
estratégica, competitividad, fortaleza. ¿Qué hace la mala asesoría política,
los malos consultores políticos, los malos asesores políticos?, bueno, no
tienen en cuenta esto, entonces les hacen a las políticas las mismas
recomendaciones que a los políticos, la misma recomendación estratégica: que
enfaticen las habilidades blandas, la empatía, la compasión, sensibilidad, la
escucha activa, la cooperación, la abnegación, que enfaticen eso. Eso está muy
bien recomendárselo a un candidato varón, porque, mentalmente, la gente asume
que ya tiene las características de liderazgo, las habilidades fuertes que
asocian con el hombre, y, entonces, las habilidades blandas aparecen como un
complemento. Pero ese consejo comunicacional para una mujer es dispararse al
pie, porque en las mujeres no solamente no se da por sentado que tienen
habilidades duras para liderar, sino que, cuando comunican habilidades blandas
de liderazgo, lo que se asume, automática e inconscientemente, es que están
enfatizando esas habilidades blandas porque es lo único que tienen, porque no
tienen otras.
Y esto es
clave. Un estudio publicado por Frontiers in Physiology (Vial y Napier, Universidad de Yale y New York,
2018) repite lo que, en el fondo, ya sabemos: los homo sapiens no
asignamos el mismo valor a las habilidades blandas que a las duras; seguimos
valorando más las habilidades duras que las blandas. Las blandas se valoran
positivamente, pero cuando aparecen como complemento de las habilidades duras.
Aquí el consejo es subrayar y escenificar los dos tipos de habilidades.
El tercer
consejo es que se escenifiquen pisando fuerte la calle, afuera, en el espacio
público. Hay otro error en comunicación de malos consultores políticos a sus
clientas: que en su comunicación enfaticen aspectos de sus vidas personales y
cotidianas, que se muestren en actividades con sus familias, con el objetivo de
crear cercanía emocional. Nuevamente, eso es una estrategia efectiva para los
hombres. No sé si recuerdan a don Guillermo Solís, un candidato a la
presidencia de Costa Rica, haciéndole huevo picado a su hija en la mañana. Eso está
muy bien para él, pero no pongan a la candidata a hacer eso, porque cuando
vemos a una mujer política o magistrada, el primer estereotipo que se activa y
nos viene a la mente es el que refirma que el espacio natural de las mujeres es
el mundo de lo doméstico, de lo privado e inconscientemente surgen preguntas
como si será capaz de compatibilizar la cantidad de horas del día y de la noche
que el cargo le obliga a pasar fuera de casa con el cuidado de su familia y de sus
hijos. “¿Será capaz?”, es la pregunta que les hacen muchos periodistas,
machaconamente, a las candidatas. Entonces, hay que visibilizar y posicionarse actuando
en el espacio público.
El cuarto
y último consejo, probablemente es el más escandaloso, es el de no temer a
“romper cosas”. Una reflexión previa: la utilización de la perspectiva de
género como modelo de análisis en los procesos judiciales es clave, porque
permite la restitución de los derechos de las mujeres, haciendo efectivo el
principio de igualdad y de no discriminación. Para afinar esa perspectiva, para
afinar el ojo y el oído a esa perspectiva, se requiere interés, se requiere
sensibilidad y se requiere formación. La asignación de características o roles
a las personas por razón de su género es una cuestión de la que los integrantes
de los tribunales, sus respetables compañeros de tribunal, de consejo y de
comisión, señoras magistradas, no siempre logran sustraerse, consecuencia del
arraigo histórico y cultural que esas creencias tienen en la sociedad. Por eso
hay una necesidad de trabajar en la formación y capacitación permanente, no
solamente de la sociedad, sino de los mismos miembros de los sistemas
judiciales y de los tribunales electorales. Para que esta perspectiva
diferenciada pueda ser utilizada en diferentes fases, desde la valoración de
los hechos y de las pruebas, hasta el momento de ponderar las circunstancias e
identificar y evaluar los efectos de los estereotipos en la argumentación.
Vuelvo a
lo de “romper cosas”. ¿Qué pasa si eso no sucede?, ¿qué pasa si ese avance y
progreso se sigue dando solo en las mujeres autoridades electorales y no en sus
compañeros de tribunal u organismo electoral?, ¿qué pasa si las mayorías
masculinas de los órganos a los que ustedes pertenecen se resisten? Con todo
respeto, aquí es donde aplica el consejo de romper cosas. Ustedes saben,
especialmente en órganos electorales, no hay cosa más deseable que la
unanimidad, de modo que mi consejo respetuoso sería: no teman disentir, y, al
disentir, romper la unanimidad.
Aquí el
ejemplo es el de doña Ruth Bader Ginsburg,
quien, actuando como jueza electoral, tuvo el coraje de romper la unanimidad,
cuando la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos decidió impedir el
recuento en la elección de Bush contra Gore. Es un párrafo fuerte, porque,
además, es sarcástico, irónico, demoledor la verdad. Dice doña Ruth: “La
conclusión de la Corte, de que un recuento constitucionalmente adecuado no es
práctico, es una profecía que la propia sentencia de la Corte no permitirá que
se pruebe. Tal profecía no comprobada no debería decidir la presidencia de los
Estados Unidos. Yo disiento” (Supreme Court of the
United States, n.° 00–949, 2000).
Para
concluir, disintiendo de doña Pipa Norris y cayendo en el encuadre de first woman y el
peso que eso implica para las mujeres en cargos prominentes, quiero expresarles
mi agradecimiento personal. Ustedes son espejo y son futuro. Nuestras hijas
están creciendo en países en los que las están viendo a ustedes al frente,
fuertes, valientes, con autoridad, y estoy seguro de que no podemos ahora ni
siquiera imaginar las trasformaciones que eso, mental y culturalmente, va a
producir a futuro en las nuevas generaciones y de nuestros países. No podemos
hoy imaginar y calibrar la cosecha de la siembra de ustedes, señoras
magistradas, así que, por eso, muchas gracias.
Referencias
Consejo Audiovisual de Cataluña (2009). La representación de las
mujeres en los medios de comunicación. Consell de l’Audiovisual
de Catalunya, CAC, Barcelona.
Cristallo, J. (2023). Techo de cristal en la Justicia: estudio empírico sobre
los procesos de selección de jueces y juezas. Fundar. https://www.fund.ar
Falk, E. (2008). Women for President: Media
bias in eight campaigns. University of Illinois Press.
Fernández García, N. (2012). Mujeres políticas
y medios de comunicación: recomendaciones para una representación no sexista de
las mujeres políticas en los medios de comunicación. Ponencia
presentada en el I Congreso Internacional de Comunicación y Género. Sevilla, 5,
6 y 7 de marzo de 2012.
Foro Económico Mundial (2023). Informe global sobre
la brecha de género. https://es.weforum.org/publications/global-gender-gap-report-2023/
Funes, M. L. (2018). El guardarropa de las
ministras de Pedro Sánchez. Aciertos y meteduras de pata de las recién
estrenadas dueñas de las carteras ministeriales. Diario ABC. https://www.abc.es/estilo/gente/abci-guardarropa-ministras-pedro-sanchez-201806090041_noticia.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.abc.es%2Festilo%2Fgente%2Fabci-guardarropa-ministras-pedro-sanchez-201806090041_noticia.html
Galschiøt, J. y Calmar, L. (2002). Escultura “Survival of the fattest”. Crédito de la fotografía Peter Dejong. https://reason.com/2010/02/12/reading-a-sculpture/
Kanter, R. M. (1977). Men and Women of the
Corporation. Basic Books.
Norris, P. (1997). Women leaders worlwide: A splash of color in the photo op, en P. Norris
(ed.), Women, Media, and Politics (pp. 149-165) Oxford University Press.
Stein, K. (2009). The cleavaje
commotion: How the press covered Senator Clinton’s campaign en T. Schekels (ed.), Craked
but not shattered. Hillary Rodham Clinton’s unsuccesful
campaign for the presidency. Lexington Books.
Supreme Court of the United States. Judgment 00–949, George W. Bush v.
Albert Gore, Jr., December 9, 2000.
Woodall, G. y Kim L. Fridkin (2007). Shaping women´s chances:
Stereotypes and the media” en L. Cox Han y C. Heldman (eds.), Rethinking
Madam President: Are we ready for a woman in the White House? Lynne Rienner.
* Conferencia presentada en la V Conferencia de la Asociación de Magistradas Electorales de las Américas (AMEA), celebrada el 5 y 6 de setiembre de 2023 en San José, Costa Rica.
** Abogado, costarricense,
correo electrónico gromanj@tse.go.cr. Director general de Estrategia y Gestión
Político-Institucional del TSE. Licenciado en Derecho por la Universidad de
Costa Rica (UCR), diploma en Estudios Europeos Avanzados en Comunicación
Política e Institucional por el Instituto Universitario de Investigación Ortega
y Gasset, máster en Marketing, Consultoría y Comunicación Política por la
Universidad de Santiago de Compostela y doctorado en Sociedad de la Información
por la Universidad Complutense de Madrid. Docente de grado en la Facultad de
Derecho y de posgrado en la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva de
la UCR y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).