PRIMER SEMESTRE 2024 NÚMERO 37 |
ISSN: 1659-2069 |
Democracia
económica deficitaria en Centroamérica: caldo de cultivo para el autócrata
de Naím
Andrei Cambronero Torres*
https://doi.org/10.35242/RDE_2024_37_5
Recepción: 11 de
diciembre de 2023.
Revisión, corrección y aprobación: 4 de enero de 2024.
Resumen: El artículo expone cómo la democracia política debe acompañarse de una
democracia económica, puesto que la pauperización de las condiciones de las
personas puede ser caldo de cultivo para que se instalen los populismos, la
polarización y la posverdad, como las tres “p” que identifican al autócrata de
Naím.
Palabras clave: Democracia económica / Democracia
política / Polarización / Populismo / Posverdad.
Abstract: The article
explains how political democracy must be accompanied by an economic
democracy, since the pauperization of people's conditions
can be a breeding ground for populism, polarization,
and post-truth, such as the three "P's" that identify the autocrat
of Naím.
Key Words: Economic democracy / Political
democracy / Polarization / Populism / Post-truth.
1. Aspectos introductorios y encuadre
Hay un momento histórico idealizado como el
espacio democrático por excelencia. Cuando
se habla de la cuna de ese sistema político
que, a decir de Churchill, es el peor a excepción de
todos los demás, imaginamos una Grecia antigua
con ilustres ciudadanos que, adornados con ramas de olivo sobre las orejas, deambulaban por la
polis. También forma parte de
ese imaginario el ágora, como sitio dilecto
para el intercambio entre esos seres que, con Platón (1998), fueron bautizados con oro, metal
precioso con el que -luego-
se premiaría a quienes llegaran a ocupar los primeros
lugares de las justas deportivas, casualmente
originadas en esas ciudades-Estado cuyo origen antecede a la noción misma
del segundo vocablo que las
denota (Estado).
Dejando de lado la ensoñación, importa recordar que, en esas discusiones sobre cómo gestar un buen gobierno y cómo administrar la res pública, participaban los griegos, así, en
masculino y sin lenguaje inclusivo; mujeres,
niños y no pocos extranjeros quedaban por fuera del espacio
político. La filogénesis de la democracia nos enrostra con un pasado,
un presente y, perdonándosenos lo pesimista del presagio,
un futuro de exclusión.
El problema de la demarcación ciudadana es fundamental: a quiénes se les dota de voz
en la toma de las decisiones es central,
si se quiere medir cuán inclusiva o excluyente es una sociedad;
el resultado de la categorización incide,
además, en cómo se comportarán los mecanismos de acceso a derechos, condiciones y oportunidades.
La creación de instituciones políticas no puede
estar desvinculada del colectivo
humano, en tanto aquellas surgen de sus dinámicas; no es casual que uno de los textos clásicos
de los cursos de Teoría
del Estado sea “El espíritu
de la ley”, propuesta
en la que Montesquieu (1984)
no hacía un llamado a volverse esotéricos, sino a fijarse en el dato
social como núcleo de toda intención legislativa.
La reflexión política, afincada en experiencias y discusiones como las que se pueden encontrar en los ilustrados europeos o en los escritos
de “El Federalista” (Hamilton, 1994), fue condensada en los parámetros constitucionales de toda la
región. Las constituciones políticas de los países centroamericanos coinciden, como en casi todo el mundo
occidental, en que la legitimidad de los órganos
constituidos proviene de la soberanía
del pueblo (o la nación, según la técnica legislativa que
se utilice) y que el poder se divide en legislativo, ejecutivo y judicial[1].
Esa triada, herencia de las revoluciones
independentistas, es un rasgo característico
de la arquitectura republicana, así como lo es la parte dogmática de las normas supremas; de hecho, en Centroamérica los textos políticos
fundamentales tienen estructuras y contenidos muy similares. A nivel formal, los constituyentes de los
territorios que integran las entrañas de América
adoptaron el estándar democrático; sin embargo, la puesta en práctica de esos preceptos o, para decirlo
técnicamente, la eficacia
de las normas no fue la misma en los países.
La uniformidad del entramado jurídico
centroamericano impide aceptar que la
inestabilidad política del triángulo norte o los conflictos armados que se abordaron en Esquipulas (1986-1987) se
deban a una fijación defectuosa de reglas.
Los marcos normativos eran y son hoy muy parecidos, por lo que habría que volver la mirada hacia otros horizontes explicativos.
La democracia político-normativa requiere de soportes
sociales dentro de los
que se destaca una redistribución de la riqueza que favorezca bajos niveles de brecha y un colectivo homogéneo en el
que las necesidades básicas se encuentren
satisfechas. Un ingreso medio que sea percibido como satisfactorio abona a eso que Berger y Luckmann
(2003) llaman una estructura de plausibilidad:
se generará una base social conformada por “demócratas” que harán que
sea “ridículo” pensar en una realidad
ajena a los componentes democráticos.
En contraposición, cuando el coeficiente de Gini se acerca a 1, las personas
tienden a buscar esos otros peores sistemas
políticos; sobre esa línea, Cañete (2017) afirma: “…la desigualdad económica lleva a la ciudadanía a cuestionar el sistema democrático…. Las interacciones entre la desigualdad en el poder político
y la desigualdad de ingresos son permanentes, y se refuerzan mutuamente afectando los
niveles de satisfacción con la democracia…” (párr. 10).
Más allá de casos concretos, importa analizar la
relación “democracia política” vs. “democracia económica”, así como algunas
consecuencias de que esa última no sea plena; o sea, cuando no hay posibilidad
de que todas las personas puedan agenciarse su día a día. Dentro de todas las
consecuencias posibles, es útil valerse de los rasgos del autócrata de Naím
(2022) para mostrar cómo lo económico podría estar alimentando los populismos,
la polarización y la posverdad.
2. Democracia política vs. democracia económica
La polarización socioeconómica tiene orígenes
tan antiguos como la vida independiente
del istmo. Luego de romper lazos con la corona
española, los grupos dominantes del otrora epicentro
político colonial se hicieron del control de más del sesenta
por ciento de la producción cafetalera, lo cual les permitió dominar
a los segmentos desfavorecidos de la población
e influir negativamente en el entramado
jurídico-laboral: perpetuaron las relaciones asimétricas y de pauperización de condiciones (Paige, 1985).
Costa Rica, en el otro extremo de la capitanía,
era la más modesta y empobrecida de
las provincias, particularidades que beneficiaron un reparto equitativo de los terrenos productivos y
que llevaron a que, como lo exponen Lindo y Acuña (s. f.),
se exigieran educación y otros derechos
prestacionales.
En la lógica argumentativa que se ha propuesto, el tejido social se deshilvana en estados generalizados de pobreza, donde las élites
acaparan para sí todas las opciones de bienestar; en
esos escenarios, como un efecto directo, la ciudadanía cuestiona la democracia
como sistema de gobierno, en tanto entiende que ha incumplido sus promesas de justicia
social.
La mayor parte de los países centroamericanos -a
través del tiempo- han presentado altos índices
de desigualdad social
determinada por la “estructura de la producción, el funcionamiento de sus sistemas
financieros, la dinámica
de sus mercados laborales y la fragilidad y limitaciones de las
políticas fiscales y sociales…” (Beteta y Moreno, 2014, p. 102).
Ese rasgo macroeconómico alimenta la desazón,
la frustración y el descontento ciudadano, síntomas de malestar que son aprovechados por los populismos
como lógica de acción política (Bascuñán y Vallespín, 2015).
El caso costarricense ha sido paradigmático. La
proscripción del ejército en el texto
constitucional de 1949 (numeral 12), un aceptable reparto de la riqueza
y una inversión social alta fueron importantes desincentivadores[2] para los
conflictos armados durante la segunda mitad del siglo XX; esos frenos no estuvieron presentes en las otras
repúblicas hermanas.
No obstante, esa
excepcionalidad se ha ido desdibujando conforme los números -para el grueso de los
habitantes- se tornan rojos y los ingresos insuficientes[3]. El Estado
de la Nación, en su edición de 2019, advertía cómo nuestro país mostraba una
“caída drástica” en la aprobación de las personas con los “tres mitos
fundacionales de la comunidad nacional”, dentro de los que se encuentra: Costa
Rica como país libre y democrático (PEN, 2019, p. 54).
Con todas las diferencias del pasado colonial
y postindependentista, que nos
llevaron por caminos igualmente distintos, pareciera que llegamos al mismo punto:
sociedades desiguales con necesidades básicas
insatisfechas que, consecuentemente, aumentan los niveles de
violencia y preferencia por los autoritarismos.
Un ejemplo claro de
cómo personajes particulares se aprovechan
de ese contexto se encuentra en el
planteamiento de Cristancho y Rivera (2021),
quienes muestran cómo Bukele -en El Salvador-
capitalizó la inseguridad para construir un discurso que legitima acciones
del ejército en el ámbito civil (persecución de delitos) y que lo coloca como figura central,
heroica, en la lucha contra las pandillas.
La participación de las fuerzas
armadas en la vida cotidiana
de las personas es una excepcionalidad dentro
de la partitura democrática[4]; empero,
los salvadoreños lo han
naturalizado e incluso incorporado como un deseable por su efecto virtuoso:
retorno de la seguridad a las calles (pese a que el precio
por pagar sea los derechos humanos
de los presuntos infractores). Esa transacción
de las prerrogativas fundamentales de los otros (como el debido proceso o un encierro en condiciones dignas)
por la tranquilidad propia es posible en un ámbito en el que hay un enemigo
común (las maras) al cual se ha deshumanizado.
Ese proceder es aceptado por el colectivo en
tanto se entiende que el sistema
político democrático (con sus garantías y accionar policial no militar) no fue capaz de atender el fenómeno. Así, el presidente, como comandante en jefe, se coloca en una posición mesiánica que,
valga decir, se proyecta con una estrategia de comunicación por redes sociales
que hace sentir cercanía e inmediatez.
Esas prácticas -antidemocráticas por definición-
atienden un problema inmediato
(violencia e inseguridad), pero, en el fondo, su causa mediata no es tratada: falta de democracia económica.
Según lo expone Demoscopía (2007), los pandilleros suelen ser sujetos
de núcleos familiares desintegrados (algunos a consecuencia de las muertes
de las guerras centroamericanas)
y de espacios urbano-marginales donde el Estado abdicó de su responsabilidad de generar políticas
sociales. Son víctimas
de transformaciones económicas que han agravado la inequidad.
En Costa Rica, si bien no se han emprendido acciones de la magnitud
vista en el escenario salvadoreño, sí se han
adoptado procederes con algún parecido, como la utilización de redes
sociales y, en general, la plataforma comunicativa del Gobierno para proyectar un liderazgo decidido, que toma decisiones, capaz de comerse la bronca y de actuar. En sus
actitudes, el Ejecutivo costarricense ha mostrado un especial interés por el
centralismo y por “una retórica
de corte populista-autoritario” a decir de Cascante y Guzmán (2022, p. 133), signo de que también la
sociedad ha ido variando sus preferencias electorales; eso sí, ese cambio se ha dado
en un clima económico adverso (democracia política
vs. democracia económica).
No puede dejarse de lado que el rito comicial
culmina con la designación de las
personas que hayan tenido el mayor favor electoral; la selección de gobernantes -en democracia- se hace por la
cantidad de votos recibidos. La búsqueda
del apoyo popular se encuentra en el ADN de las campañas; por ello, no deben satanizarse, per se, los esfuerzos para seducir
el voto ciudadano.
Sin embargo, lo que llama la atención
es que las tácticas y los relatos
que se van hilvanando para lograr colocarse en el poder están
incorporando, de un tiempo a esta
parte, elementos que más bien suponen un plan de fuga de la democracia, hoja de ruta imposible en el
pasado que hoy no pocos sectores entienden como una
opción más.
Importa mencionar que ese accionar no es
privativo de alguno de los extremos del espectro ideológico, en tanto izquierdas y derechas (en el mundo
y en la región) se valen de un colectivo agotado por el empobrecimiento
para sugerir primero e implementar
después programas contrarios a conquistas que
se entendían definitivas.
3. El autócrata de Naím y la situación regional
El autócrata 3P es una figura arquetípica que
Moisés Naím -académico venezolano- desarrolla en su texto “La revancha de los
poderosos” (2022); esa triada, que caracteriza a algunos de los individuos que se hacen del poder en la actualidad, la integran los populismos, la
polarización y la posverdad. El fenómeno es global y, como tal, la región
latinoamericana no está exenta de él; de hecho, Cascante y Guzmán (2022) han
mostrado cómo, en la democracia más longeva de Iberoamérica de 2018 a la fecha,
se han incrementado las propuestas políticas que incorporan esos
tres elementos.
La preocupación de cientistas
sociales en general está en estudiar las características de esas nuevas
formas de construir candidatos y líderes,
así como sus cursos de acción
en campañas y estrategias de gobierno cuando ya ocupan los cargos públicos.
Detrás de esos análisis hay una premisa que no siempre se explicita: este tipo
de propuestas socavan las bases de la democracia y sus instituciones.
Tan interesante como preocupante es pensar que,
pese al a priori antropológico y
sociológico según el cual cada grupo humano genera sus propias dinámicas
culturales, estamos reaccionando -como especie- de manera estandarizada a la
precarización de las condiciones de vida, a las migraciones, al desempleo, al deterioro de los indicadores macroeconómicos de nuestros
Estados y a un largo etcétera que provoca, como lo resume el título del
libro de Castel (2010), un ascenso de las
incertidumbres.
El panorama no suele ser halagüeño y el comportamiento electoral muestra las
preferencias por opciones autoritarias, decididas, de mano dura, supuestamente
capaces de devolver a la ciudadanía ese horizonte de futuro prometedor que se perdió
del mapa. En esa retrotopía, para decirlo con Baumann
(2017), parece que aflora nuestra huida hacia la tribu, a ese egoísmo nato hobbesiano y a un asirse de lo que se pueda con tal de
sostener antagonismos e invalidar la otredad.
De seguido, se abordará cada una de las “pes”
para tener claridad acerca de su conceptualización, sus manifestaciones en el
contexto político actual, cómo transgreden las pautas republicanas de
convivencia y los desafíos contemporáneos que traen consigo.
a) Populismos
Un primer aspecto
en el que debe ponerse atención es,
para usar términos morfológicos, el
número del sustantivo, puesto que el plural indica que no hay un solo tipo de populismo. Ese carácter multiforme viene de que, en realidad, no se trata de una
ideología política per se, como lo
puntualizan Bascuñán y Vallespín (2017), sino de una lógica de acción
política que puede
ser utilizada por las fuerzas proselitistas de cualquier punto
del espectro ideológico.
En Francia, Marine
Le Pen construyó su plan de acción de extrema
derecha a partir de la supuesta
representación del clamor
del pueblo francés,
mientras que Jean-Luc Mélenchon, desde la izquierda, se presentó como la voz de la ira popular. En un caso más cercano,
Bolsonaro y Lula dan
cuenta de que también -en Brasil- el
uso de una retórica cargada de alusiones al todo social no es privativa de
ninguna posición dentro del political range.
Esos diversos lugares de origen convergen en
conductas y discursos populistas que se distinguen por: a) un dualismo maniqueo pueblo-élite, b)
negación del pluralismo societal (se aspira a un bloque homogéneo), c) el líder
encarna la voz del pueblo, d) se hilvana un mensaje emotivo y simplificado, e)
el entorno se presenta en dramática
decadencia y f) la determinación y carácter del sujeto que encabeza el grupo es la receta para salir a flote de todos los problemas (Vallespín y Bascuñan,
2015). En una presentación más sintética, el diario The Guardian (2019) refiere a una estrategia para enmarcar la política
en una batalla entre una masa victoriosa
e impoluta contra una élite nefasta y
corrupta.
Ejemplos cercanos nos hacen preguntarnos si
ciertos movimientos “de liberación” podrían etiquetarse hoy de populistas, pese
a que, en ese entonces, la concepción sobre
esa palabra no tenía los tintes que ha
adquirido en el pasado reciente.
El Frente Sandinista de Liberación Nacional
(FSLN) surge en los años sesenta del siglo anterior para acabar con la dictadura de los Somoza;
los jóvenes y la consigna de cambiar las condiciones de pobreza y de corrupción en Nicaragua fueron
los elementos cohesionadores de sectores que enarbolaban banderas de bienestar
y de libertad. Pese a algunos planteamientos acerca del gen violento y
autoritario que mostró la revolución desde sus inicios
(Bataillon,
2023), lo cierto
es que no podría hablarse de una propuesta con los citados rasgos.
El carácter autoritario de las recientes
decisiones (como la supresión de ciudadanías y la expulsión de clérigos) son las que marcan esa transición entre el FSLN como movimiento social y el
matrimonio Ortega-Murillo como un poder dinástico y patrimonialista (Bataillon, 2023) que se vale de un discurso populista.
Un tanto igual puede decirse de la deriva
capitalista autoritaria venezolana en los términos de Bull y Rosales (2023).
Hugo Chávez, como líder carismático (Weber, 1996), sufrió una transformación que culminó con posturas altamente polarizantes, creando enemigos a los
que atacar y reencausando su lenguaje a uno directivo y emotivo (su sucesor,
Nicolás Maduro, profundizó en populismo y polarización).
Vale indicar que el discurso antipolítica
–en el plano latinoamericano– ha sido terreno fértil
para el desarrollo de personajes que se entienden portavoces del pueblo;
se da paso a protagonistas con un cariz mesiánico, pero con el potencial de
escapar de la democracia por túneles democráticos.
Las demandas sociales insatisfechas, como se ha
visto en Costa Rica, avivan la frustración con las instituciones[5] y vuelven vulnerables a las personas
que, esperanzadas en mejorar su calidad de vida, se dejan seducir por
los cantos de sirena de los populismos. Entonces, cabe preguntarse si las
regiones con mayores índices de pobreza, desigualdad, balanzas de pago y
comercial deficitarias y complicaciones fiscales están destinadas a la ruptura
de la matriz social y a la conflictividad política.
Si es así, cuáles podrían ser las vías –con
posibilidades reales de implementación– para frenar el fenómeno en nuestros
países. ¿Habrá componentes de la cultura política que llevan, incluso en
escenarios económicos adversos, a no aceptar esas invitaciones de personas que encarnan el espíritu del pueblo?
Queda abierta la incógnita acerca de si lo que
hoy no es una ideología, a futuro, tenga el desarrollo teórico, la reflexión y
los elementos necesarios para convertirse en tal. Ya no se entenderían los populismos como un rasgo parasitario
en los diversos posicionamientos del espectro ideológico, sino como una
manifestación autónoma de las dinámicas de poder en el sistema político.
b) Polarización
Costa Rica se encontraba a un mes de las
elecciones nacionales de 2018, cuando la Corte Interamericana de Derechos
Humanos divulgó el contenido de la Opinión Consultiva n.°
OC-24/17, en la que el Gobierno del expresidente Luis Guillermo Solís
Rivera había preguntado al órgano hemisférico de tutela si el marco normativo patrio respetaba el
derecho a la identidad de las personas trans y cuál era el estándar
interamericano en lo relativo al matrimonio entre personas del mismo sexo. La
Corte fue contundente: su Estado sede debía reconocer el cambio de nombre por
identidad de género autopercibida en sede registral y
las parejas homosexuales debían acceder al matrimonio (se descartó cualquier
otra figura equivalente, como se pretendía en proyectos de ley que hablaban de
sociedades de convivencia).
La democracia más longeva de Iberoamérica se
polarizó: quienes fueron identificados como “progres” en redes sociales y otros
espacios se enfrentaron a los conservadores o los “gachos”. La primera de esas
tendencias aglutinaba a quienes respaldaban una agenda pro derechos humanos, mientras que su némesis era el bloque de quienes defendían
“valores tradicionales de la sociedad”. En lo político, el otrora candidato
Fabricio Alvarado Muñoz se presentó
como el protector de la familia
y de lo religioso, mientras
que Carlos Alvarado
Quesada se posicionó como la opción del respeto a la
diversidad en todas sus formas. Esa bipartición de la ciudadanía se manifestó
en las urnas, proceso de votación en el que lo religioso fue central; para
decirlo en clave de Bourdieu, el capital religioso y los bienes
de salvación fueron parte del discurso político,
lo cual provocó una fractura
en bandos.
En América
Latina, la religión -primero católica y neopentecostal
después- ha tenido gran influencia en los procesos políticos y
político-electorales; por ejemplo, Singer (2023, p. 54) reseña cómo evangélicos
de peso adversaron férreamente a Lula, en tanto líderes religiosos “dieron al proyecto bolsonarista
un respaldo entusiasta”. La religión, en la actualidad, se ha convertido
en una de las herramientas preferidas para la polarización política; en su ADN
se encuentra la partición del mundo en dos extremos (pecaminoso vs. piadoso),
estructuración que facilita el generar un nosotros (los buenos) frente a un los
otros (los malos).
Esa dualidad de lo religioso ilustra un signo de
época. Los seres humanos solemos entender las cosas mediante oposiciones binarias,
pese a que los fenómenos suelen ser complejos, los procesos de socialización y
de enseñanza-aprendizaje los simplifican en categorías contrarias. Al
preguntarnos por la oscuridad, pensamos en ausencia de luz, mientras
que la vejez es el antónimo
de la juventud, aunque entre una y otra haya -literalmente- decenas de años. Esa
simplificación se está apoderando de los discursos para acceder al poder, al
punto de generar marcadores de diferenciación que, a su vez, justifican la
exclusión, la violencia y la lucha encarnizada contra quienes están del otro lado de la línea.
El largo listado de amigos y enemigos incluye,
entre otros: a) los migrantes son la debacle de los servicios públicos
destinados a los nacionales, b) las élites partidarias corruptas son responsables de los males del pueblo (por lo que hay que
buscar outsiders) y c) los defensores de los derechos
humanos son los verdugos
de ese pasado de sanas costumbres, según lo argumentaron algunos en el
referéndum para aprobar un nuevo texto constitucional en Chile (Heiss, 2023).
El desafío en esta “P” es fomentar una cultura
que comprenda que el pluralismo -lejos de ser una amenaza- es una expresión de
la riqueza del género humano cuya aceptación fortalece la democracia (artículo
9 de la Carta Democrática Interamericana).
c) Posverdad
Interrogar acerca de qué es verdadero y qué es
falso ha sido una de las labores más antiguas de la filosofía. El
enjuiciamiento a Sócrates provino de los sofistas, quienes cuestionaban el
carácter absoluto del conocimiento y apostaban más por lo creíble, mientras que
el maestro de Platón vivió preocupado por alcanzar la virtud a través de la
verdad.
En lo cotidiano, una de las primeras enseñanzas
de los procesos de socialización primaria es que hay que ser sinceros y decir la verdad, deseable moral que luego se recepta en el marco jurídico, al punto de castigarse con prisión
el falso testimonio. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la verdad ha
sufrido una depreciación en el terreno de la política
y de las acciones de gobierno. No es casual que el diccionario de Oxford
declarara “posverdad” como palabra del año (en 2016), en un contexto
en el que triunfaba el Brexit y Donald Trump había llegado
a la Casa Blanca
con estrategias que no se basaron en mostrar datos
objetivos, sino en
exaltaciones a sentimientos nacionales.
Despertar preocupación y miedo
es parte de los
efectos de ocultar,
en todo o en parte, la
verdad; como lo afirmaba el ministro Goebbels en la Alemania Nazi: miente,
miente que algo queda. La retórica de afirmar hechos falsos, pero con
cierto cariz de credibilidad está teniendo éxito en las personas, como ya lo
sabían el consejero del Tercer Reich y los sofistas.
Las jornadas extenuantes y el bombardeo de información, de la mano de las redes sociales y el tedio por hurgar
más allá de lo evidente sentaron las bases para un entorno en el que cada vez con mayor dificultad se distingue entre lo real y lo ficticio. Así, el desafío está en una nueva alfabetización, la digital. Las
campañas, las instituciones y el ejercicio de poder deben estudiarse desde la
posverdad, esto es cómo en lo político ahora más que nunca la mentira tiene un papel decisivo
y si esto puede ser contrarrestado desde la institucionalidad o, más bien, la tabla de
salvación está en una apuesta educativa y no represiva.
4. A razón
de cierre
Barker (2016), tomando a Kuhn en su clásico
concepto “paradigma”, formulaba su regla del retorno
a cero: cuando un paradigma cae todo vuelve
a cero. Los vertiginosos
cambios de la sociedad y los retornos a prácticas antiguas de autoritarismos
revestidos de pseudorropajes de legitimación popular
llevan a que algunos se enseñoreen en las casas o palacios
de gobierno; para otros, esto es un signo del fin de los tiempos
democráticos.
Con todo, el gran desafío es reevaluar las
categorías teóricas que nos han permitido comprender, dar sentido a los
fenómenos y hacer propuestas responsables con el derecho humano a la
democracia, pues, como habitantes de las Américas, a eso nos comprometimos el 11 de setiembre de 2001 con la
suscripción de la citada Carta Democrática Interamericana.
Quizás somos testigos de
un interregno, concepto utilizado por Gramsci (2009) para denotar un momento
crítico en el que lo viejo no muere y lo nuevo no nace, intersticio en el que
aparecen una gran cantidad de “fenómenos morbosos”. En esa etapa de crisis,
como apunta el citado pensador italiano, decaen los consensos, y la coerción de
quienes dirigen no es suficiente para dominar, por lo que hay altos niveles de
incertidumbre. Esa insuficiencia de la fuerza para gobernar parecen tenerla
clara los gobernantes del istmo que, en mayor o menor medida, han buscado la
legitimidad en grupos empresariales, en lo religioso, en cambios espurios al
marco normativo y en acciones populistas (como la cero tolerancia para
construir política de persecución penal).
Para que lo que nazca
traiga consigo lo mejor del pasado y no eternice las desigualdades es
fundamental una consciencia social crítica -manifestada a través de movimientos
sociales- que vea más allá de las reglas formales y de concesiones puntuales.
El maridaje entre la democracia política y la democracia económica debe
lograrse so pena de seguir soportando la etiqueta de Estados fallidos.
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* Costarricense. Abogado, criminólogo, sociólogo y administrador. Correo electrónico: acambronero@tse.go.cr. Doctor en Derecho, magíster en Justicia Constitucional y licenciado en Derecho por la Universidad de Costa Rica (UCR). Diploma de especialización en Justicia Constitucional y Tutela Jurisdiccional de los Derechos por la Universidad de Pisa, Italia. Bachiller en Ciencias Criminológicas por la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y bachiller en Sociología por la UCR. Diplomado en Administración de Empresas por la UNED. Especialista en Enseñanza de las Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Jefe del Despacho de la Presidencia y letrado, ambos de la Presidencia del Tribunal Supremo de Elecciones. Profesor de la Facultad de Derecho de la UCR, coordinador de la Cátedra de Investigación Jurídica de esa misma unidad académica e integrante de la Comisión de Trabajos Finales de Graduación. También se desempeñó como gestor de calidad, director de Asuntos Estudiantiles, miembro del Consejo Asesor de Facultad y de la Comisión de Docencia.
[1] Sobre el particular, ver los respectivos artículos constitucionales: 9 (Costa Rica), 85 y 86 (El Salvador), 141 (Guatemala), 2 y
4 (Honduras) y 6 y 7 (Nicaragua).
[2] Sobre este
punto, Viales (2005, pp. 100-101) concluye:
el estado
actual de la pobreza en América Central depende del nivel de
institucionalización histórica que éste recibió en el pasado o, en otras
palabras, que la pobreza contemporánea en la región está determinada
históricamente. …la diferencia relativa en favor de Costa Rica, en términos
de los niveles de pobreza, se explica por la inversión social [resaltado
añadido], por la creación de un régimen de bienestar desde el siglo XIX y por
la institucionalización de la pobreza con participación gubernamental y de la
sociedad civil.
[3] El Instituto
Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), en la Encuesta Nacional de Hogares
2022, concluyó: “la cantidad de bienes o servicios que pueden adquirir los
hogares con sus ingresos actuales, es menor a lo que podía comprar el año
pasado, es decir hubo una pérdida del poder adquisitivo o caída en los ingresos
reales en 2022 respecto al 2021 y fue de -6,2 %” (p. 41).
[4] Por ejemplo,
el artículo 2.c del Tratado Marco de Seguridad
Democrática Centroamericana prescribe como principio del modelo “la subordinación
de las fuerzas armadas… a las
autoridades civiles constitucionalmente establecidas, surgidas de procesos electorales, libres,
honestos y pluralistas…”.
[5] Sobre esto,
ver Alfaro, 2016.